lunes, 21 de enero de 2013

De perro callejero a perro policia.



Mendoza. Nadie desea el destino de los perros callejeros. Se sabe -y las estadísticas de las organizaciones de defensa de los animales así lo indican- que en los más de los casos su final es la muerte prematura: sea bajo las ruedas de un vehículo, sea el frío, sea el hambre.

Algunos perros callejeros, sin embargo, logran burlar ese destino y llegan a conocer un confort al que se abrazan con sus garras como si supieran que será muy difícil que otra oportunidad de esas vuelva a aparecer.

Hay perros callejeros que terminan en casas de familias, otros de acompañantes de mendigos (en esos casos son verdaderas jaurías que siguen a su linyera como si fuera un profeta) y otros hacen la suya en calidad de guardianes de locales como reparticiones, restaurantes y demás.

Pero hay perros de la calle que van a parar a dependencias policiales donde a veces son bienvenidos por su simpatía o por la onda que establecen con los policías: de ese subgénero, aparecen cada tanto, unos canes que se mimetizan con los efectivos y logran -a puro instinto ya que no son entrenados para tal fin- colaborar con la policía como el ovejero alemán más pintado.

Hay varios ejemplos de estos canes, pero acá se ponen de relieve tres casos medianamente recientes de perros sin raza ni dueño que en su corto paso por la vida le hicieron la vida imposible a los delincuentes y les arrebataron el corazón a los uniformados. ¿Perros vigilantes?, ¿buenos perros?

En la Policía local abundan historias de canes que no salieron de la División Canes (donde se los entrena y se los alimenta como a atletas) pero que a puro instinto terminaron revistando en las fuerzas. Dos de los animales tomados en este artículos han muerto (y de un modo extraño) pero otros aún se sienten perros policía, por más que la calle haya sido su cuna.
Sargento Vagabundo

"Cuando llegó era un palo con pelos. Era joven; es decir que no un cachorro. Apareció por la seccional una noche de invierno y pasó lo que a veces pasa: le dimos algo de comida, algo de leche y esa noche durmió en el patio de la comisaría. Nunca se fue", recuerda la cabo Claudia Zalazar de la seccional 11 con inmenso afecto al perro callejero "con alma de policía al que le pusimos Vagabundo; y que alguien ascendió a sargento".

Para Zalazar, Vagabundo era un animal increíble: "era un policía más; pero de los buenos, no de los que te hacen pasar vergüenza", aclara.

El perro apareció a mediados de la década del 90 "y sin que nadie le enseñara nada aprendió todo: sabía, por ejemplo, que cuando a veces las mujeres nos quedábamos solas en la seccional porque los varones se iban a algún procedimiento, había que reforzar la vigilancia: y nos cuidaba más a las mujeres. Pero se daba con todos los policías: los acompañaba en las rondas y registró varias detenciones: lo suyo era tirar a la acequia al delincuente y mantenerlo hasta que llegara un refuerzo", sigue con su recuerdo la cabo.

"Normalmente no se subía a los móviles si no lo invitaban. Hacía las recorridas por la zona bancaria de Luján y saludaba con ladridos a los efectivos que hacían las extras y los veía a través de los vidrios. Sabía también que cuando agarrábamos las llaves grandes, las que correspondían a los calabozos, él tenía que venir con nosotros: siempre es difícil abrir la puerta de una celda porque a veces los delincuentes se quieren abalanzar y hay que decirles 'atrás' antes de abrir la puerta. Cuando Vagabundo escuchaba la palabra 'atrás' ladraba; creo que era para intimidar a los presos".

Vagabundo vivió más de cinco años en la 11. "En la Semana Santa del '99, el perro intervino en la captura de dos menores peligrosos que vivían cerca de la seccional; uno de ellos resultó ser buscado por homicidio. Bueno, el perro llegó aquella tarde a la comisaría y a la mañana siguiente se fue y nunca volvió. Muchos creemos que fueron los familiares de los detenidos los que lo mataron. Pero el perro no apareció más".

En una de las paredes de la seccional hay un cuadro con dos fotos de Vagabundo y un escrito enviado a la sección Escribe el lector de diario Los Andes por el agente Mario Barbuzzotti titulado "Héroe de sangre" y dice:

"Tal vez la comunidad o la mayoría no lo conoce, presta servicio en comisaría 11 Luján de Cuyo. Es un can, con el rango de sargento, su nombre es Vagabundo de raza mestiza; su sueldo es el cariño de los efectivos policiales y vecinos que lo conocen, su instinto es proteger y salvaguardar en la prevención de delitos....

Tal vez él no entienda estas palabras, pero sabe que lo queremos..."
Pollo, de Infantería

El caso de Pollo -otro perro de raza desconocida- se remonta a principios de los 90, cuando el Cuerpo de Infantería estaba en San Juan y Barraquero. El cabo primero Mario Arias, lo define como "un perro ordinario y flaco, pero con talante policial".

Su nombre era un secreto para las autoridades ya que le pusieron "Pollo" debido a que un por entonces comisario general de apellido Orihuela tenía el mismo apodo, "y de ese modo bautizamos al perro", refresca el policía.

Por tratarse de un perro de Infantería, Pollo debía salir a la calle -de donde había venido- muy a menudo. "Recuerdo que se subía al micro de los traslados del Grupo de Combate y se sentaba en el primer asiento, ése era su lugar y nadie se lo podía sacar".

Pollo, por caso, era enviado seguido a las canchas donde se las ingeniaba -por más que su aspecto no era el del temible ovejero alemán- para mantener a los revoltosos en línea. "Era un perro de la calle con genes de policía; esa es la única explicación porque nunca nadie lo entrenó y actuaba como un perro entrenado".

Cuando Infantería se cambió a Rodríguez y Sargento Cabral, Pollo formó parte de la mudanza. "Se amoldó de inmediato, pero duró poco allí. Tuvo un final trágico", cuenta el cabo primero.

A los meses de su traslado, Pollo no pudo esquivar el destino de lo que finalmente era: un perro callejero. "Un policía con un móvil lo atropelló sin querer y Pollo murió en el acto. Recuerdo que era tanto el cariño que le tenían, que muchos policías quisieron golpear a su camarada. El hombre, que lo había hecho sin querer, tuvo que pedir un traslado".
Pancha, de oficina

A diferencia de los otros dos ejemplos graficados en este artículo, Pancha -que es también perra callejera pero que revista en Investigaciones- nunca llevó adelante tareas operativas de la función policial. Ella sería, en un analogía, un policía de oficina (de esos que cada vez que ocurre un hecho de inseguridad, todos los ministros de Seguridad dicen que tienen que salir a la calle).

"A Pancha la trajo un policía que la encontró en la calle. Vino bastante maltrecha pero enseguida, a fuerza de simpatía se ganó el corazón de varios de nosotros. Hasta el día de hoy todos ponemos plata para su comida y para su atención veterinaria", cuenta una oficial de nombre Nancy, de Investigaciones. Pancha, además de no tener parásitos, no tiene ni puede tener cachorros.

"En realidad la tarea de Pancha consiste en hacerle compañía a los efectivos. Por más que ahora esté viejita, es una perra muy simpática y compañera. Hace unos años, había un sargento que siempre hacía una ronda por todas las oficinas antes de irse; y siempre lo hacía en compañía de la perra. Bueno, ese sargento una vez se fue con otro destino y resultó que Pancha, hasta el día de hoy, por las noches, hace el mismo recorrido que hacía aquel policía amigo suyo", recuerda Nancy.

Por ser la única perra-callejera-policía con vida que se ubicó para esta crónica, Pacha resultó ser la única fotografiada. Tal vez sabiendo que su aspecto no despertaría la admiración de los lectores al principio se negó a las fotos, pero cuando el cabo primero Ramón la llamó, Pancha vino a su lado y, un poco cansada, puso su mejor cara de perra callejera.

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